David Carr tenía la voz ronca de un pirata, los andares desgarbados de un Quijote y la mirada inquisitiva de Sherlock Holmes. Parecía un reportero salido de otra era, de una película comoPrimera Plana, pero diseccionó como pocos las últimas revoluciones de los medios de comunicación. Aplicó el rigor periodístico tanto en sus columnas en las páginas de Economía de The New York Times —textos con gramos de opinión y toneladas de información— y como en el libro en el que, con los métodos del reporterismo clásico, investigó las épocas más oscuras de su biografía más íntima.
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Muere David Carr, el periodista que se investigó hasta a sí mismo | Cultura | EL PAÍS
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