El País Semanal publicaba a finales de febrero un trabajo que sin lugar a dudas habrá llegado a las catacumbas de la profesión, y en el que más de un colega, hombre o mujer, se habrá visto reflejado. Bajo el título de “Fabricantes de sueños”, el dominical aborda un tema tabú incluso para los que están –o estamos- en la “pomada”, como se suele decir por esta Villa y Corte cuando uno sabe de qué va la cosa.
Se analizaba a calzón quitado en ese estudio el trabajo de los llamados “negros”; es decir, de aquellas personas, periodistas generalmente, que escriben para otros y que, como tales, permanecen en el anonimato porque, al fin y al cabo, son gajes del oficio.
Aunque en estos últimos tiempos parecen haberse puesto un tanto finos y emplean denominaciones como “’logógrafos’, escritores fantasma, creadores de frases para la historia”… Pero lo cierto es que son los “negros” de toda la vida, los que escriben los textos de los discursos, de las intervenciones públicas de políticos de cualquier parte del mundo. Existen y han existido siempre, y ello porque un cargo público puede ser un político extraordinario, desarrollar su cargo con excelentes resultados, pero no tiene por qué saber escribir, hablar con fluidez, saber comunicar, en una palabra. Para eso están otras personas que escriben por ellos y para ellos. Es su oficio.
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