"Tomar partido es inevitable para un periodista. Todos lo hacemos. Lo importante es decirlo"
A través de sus reportajes en The New Yorker, su nombre es una referencia de honestidad y creatividad. En esta entrevista, la autora estadounidense reflexiona sobre la verdad y los problemas éticos que afrontan los reporteros tentados por la ficción. Cuenta, además, cómo se ha acercado a la vida de escritores como Sylvia Plath o Antón Chéjov. En España se acaban de editar cuatro de sus libros.
Janet Malcolm es una mujer menuda, vital, pulcra, de aspecto frágil, mirada firme y frente despejada. La entrevista tiene lugar en su casa de campo, en las afueras de Sheffield, un pueblecito de Massachusetts, al pie de las montañas Berskshire, en un porche acristalado que da a un jardín. Le gusta hablar de árboles y plantas, y menciona los que crecen en los alrededores: pinos, cerezos, manzanos, robles, arces, abedules, oxiacantas. Entre las plantas, hierbabuena, menta, tila, nébeda... Nació en Praga, en el seno de una familia judía, y tenía cinco años cuando su familia se trasladó a Estados Unidos en 1939. Su nombre es indisociable de The New Yorker, donde publica los grandes reportajes que sirven de base a sus libros. Janet Malcolm escribe de asuntos que afectan a la imaginación colectiva hasta el apasionamiento, dirigiéndose a un público que exige una verdad que muchas veces resulta inatrapable: ¿es Ted Hughes el monstruo culpable del suicidio de Sylvia Plath, como proclaman la mayoría de sus biógrafos, o la víctima del mito provocado por su suicidio? ¿Cómo es posible que un jurado sentenciara al célebre autor de best sellers Joe McGinniss a indemnizar con medio millón de dólares a un recluso condenado por haber dado muerte a su esposa y a sus dos hijas pequeñas? El hecho de que la verdad sea con frecuencia inalcanzable -ésa viene a ser la lección que nos da la impecable trayectoria profesional de Janet Malcolm- es precisamente lo que obliga al biógrafo y al periodista (al escritor de no ficción) a marcarse los más altos niveles de autoexigencia en cuanto a rigor, honestidad y transparencia.
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"Tomar partido es inevitable para un periodista. Todos lo hacemos. Lo importante es decirlo" | Edición impresa | EL PAÍS
A través de sus reportajes en The New Yorker, su nombre es una referencia de honestidad y creatividad. En esta entrevista, la autora estadounidense reflexiona sobre la verdad y los problemas éticos que afrontan los reporteros tentados por la ficción. Cuenta, además, cómo se ha acercado a la vida de escritores como Sylvia Plath o Antón Chéjov. En España se acaban de editar cuatro de sus libros.
Janet Malcolm es una mujer menuda, vital, pulcra, de aspecto frágil, mirada firme y frente despejada. La entrevista tiene lugar en su casa de campo, en las afueras de Sheffield, un pueblecito de Massachusetts, al pie de las montañas Berskshire, en un porche acristalado que da a un jardín. Le gusta hablar de árboles y plantas, y menciona los que crecen en los alrededores: pinos, cerezos, manzanos, robles, arces, abedules, oxiacantas. Entre las plantas, hierbabuena, menta, tila, nébeda... Nació en Praga, en el seno de una familia judía, y tenía cinco años cuando su familia se trasladó a Estados Unidos en 1939. Su nombre es indisociable de The New Yorker, donde publica los grandes reportajes que sirven de base a sus libros. Janet Malcolm escribe de asuntos que afectan a la imaginación colectiva hasta el apasionamiento, dirigiéndose a un público que exige una verdad que muchas veces resulta inatrapable: ¿es Ted Hughes el monstruo culpable del suicidio de Sylvia Plath, como proclaman la mayoría de sus biógrafos, o la víctima del mito provocado por su suicidio? ¿Cómo es posible que un jurado sentenciara al célebre autor de best sellers Joe McGinniss a indemnizar con medio millón de dólares a un recluso condenado por haber dado muerte a su esposa y a sus dos hijas pequeñas? El hecho de que la verdad sea con frecuencia inalcanzable -ésa viene a ser la lección que nos da la impecable trayectoria profesional de Janet Malcolm- es precisamente lo que obliga al biógrafo y al periodista (al escritor de no ficción) a marcarse los más altos niveles de autoexigencia en cuanto a rigor, honestidad y transparencia.
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